La cantera es una de esas cosas con la que a muchos se les llena la boca pero que muy pocos son los que la cuidan y, por ende, le sacan rendimiento deportivo. En Albacete hubo un tiempo en que la cantera fue un filón que produjo numerosos elementos capaces de jugar en Primera. Por allí estaba un tal Ginés Meléndez, que después se convirtió en el mentor de tantos y tantos jugadores que hicieron carrera en las categorías inferiores de la selección nacional.
Esos tiempos pasaron y ahora el fútbol está globalizado de más. No haya sitio para los futbolistas de aquí, que ya casi ni tienen sitio para jugar en Tercera, con plantillas cargadas de jugadores extranjeros. Normal que a muchos chavales se les quite la ilusión por el fútbol, si ven que tras siete u ocho años de trabajo en la cantera luego llega el venezolano o el senegalés de turno y le tienen que ceder su sitio y sus minutos en el club de toda su vida.
Pero esto pasa porque se quiere, ya que las canteras de verdad, las de toda la vida, siguen produciendo jugadores autóctonos igual que lo hacían antes. Ahí están las canteras de Lezama o de Mareo. No renuncian a sus raíces y ahí siguen sacando futbolistas de la tierra para sus equipos. Que envidia.
En una conversación con el gran Iñaki Sáez, que de esto de canteras sabe lo suyo, me dijo, «no te equivoques Juan, no hay entrenadores que se fijen más en la cantera que otros, que saquen más jugadores, darle salida a la cantera es cosa de política de club». Y la política ahora es traerse gente de todos sitios a ver si alguno sale bueno para hacer caja porque lo de sacar jugadores para el primer equipo no deja dinero.
