El fútbol resulta siempre imprevisible. Es lo que hace que equipos modestos como el Alcoyano elimine al Real Madrid de la Copa del Rey. Ahí reside su grandeza, que nunca deja de sorprenderte. La competición liguera siempre da para muchos altibajos, algunos espectaculares como el que está protagonizando el Albacete. Hace poco menos de dos meses era un equipo abocado al descenso. Lo decían los números y, lo peor, lo decían sus jugadores en el terreno de juego. El bajo nivel ofrecido entonces no daba, ni mucho menos, para mantener la categoría.
Pero como esto va de dinámicas y sensaciones, no sabemos qué tecla habrá tocado Alejandro Menéndez para que ver jugar ahora al Albacete sea como la noche y el día comparado con el Alba de López Garai. Ese equipo muerto e impotente ha pasado a ser ahora uno que es capaz de competir de igual a igual con el actual líder del campeonato, que se dice pronto. La evolución ha sido lenta, pero ha estado acompañada de fortuna y buenos resultados.
Esa suerte que estaba teniendo el equipo fue esquiva frente al Mallorca, pero el nivel de competitividad y de implicación en el juego de la plantilla no tiene nada que ver con la que existía cuando acabó el 2020. Aquel equipo era carne de cañón y un esperpento, pero ahora ha mejorado ostensiblemente su capacidad defensiva y cuenta con argumentos suficientes para generar peligro en el área rival. Todo lo que antes eran incapaces de hacer estos jugadores, ahora lo realizan para, al menos, pensar que este equipo, con esta actitud, es capaz de lograr una permanencia que puede o no lograrse, pero podrá pelearse.
