Sorprendió, sin lugar a dudas, que mediado agosto, con un sol de justicia y mucha gente todavía de vacaciones, el Belmonte viviera una gran entrada, con más de siete mil espectadores en la grada. Pero el detalle más significativo es la gran cantidad de camisetas del Alba que se pudieron ver, muchas de ellas portadas por la afición del futuro, esos niños que son los que más se ilusionan y los que hay que cuidar, algo que desde LaLiga es obvio que no tienen claro, por los horarios que le meten a los partidos.
La afición del Alba siempre ha tenido un punto de fidelidad importante. Esos incondicionales que están siempre, da igual la categoría; que alientan o silban, pero que siempre aplauden a poco que el equipo les ofrece algo de fútbol y que están con el equipo aunque al acabar una mala campaña siempre digan eso de «el año que viene que no me abono», pero al final lo acaban haciendo. Esa madurez alcanzada con el paso de los años ha dado un nuevo paso, ver a la gente en el campo con las camisetas del equipo. Es significativo que exista esa comunión, sin duda generada por la ilusión que ha despertado el equipo, apoyada con el Riazorazo que se vivió en Coruña.
El melón se acaba de abrir, pero además de tener buena pinta tiene ese punto de dulzor que le hace ser una de las frutas estrellas del verano, como la sandía. El equipo se muestra ambicioso, hasta con uno menos, ha firmado jugadores con experiencia y el entrenador tiene ese punto de empatía que le ha hecho conectar con el entorno a pesar del poco tiempo que lleva. Si uno no se ilusiona con todo esto, es que el fútbol y el Alba no es lo suyo.