Me da mucha tristeza la situación que está atravesando el Deportivo de La Coruña. No es que sea yo un fan del equipo gallego, pero le guardo simpatía por el recuerdo de aquel junio de 1991 en el fue de la mano del Albacete Balompié hasta la Primera División.
El Queso Mecánico y el Súper Dépor hicieron historia. Los gallegos encontraron un filón en el mercado brasileño para contar con jugadores que le hicieron dar un salto de calidad espectacular, amén de la gestión de su peculiar presidente Lendoiro y el respaldo de toda la ciudad.
Todavía tenemos en la retina ese fantástico reportaje que hace unos meses nos recordó a aquel Súper Dépor, en Informe Robinson, uno de los mejores programas de documentales a nivel deportivo que se hacen en nuestro país, junto al Conexión Vintage de Paco Grande.
Toda la historia del Dépor está pendiente de un hilo. El actual club es una sombra de sí mismo y camina, parece que irremediablemente, hacia la Segunda B, lo que podría significar su tumba. Con una deuda cercana a los 90 millones de euros, el descenso sería una hecatombe difícilmente superable y parece que no hay nada que lo remedie. El equipo no encuentra la manera de salir de la terrible dinámica negativa en la que está metido. Unos jugadores llamados a pelear por arriba son incapaces de sacar resultados, pero más grave es todavía la imagen de impotencia y caída libre que muestran en cada encuentro.
El Deportivo de La Coruña ganó en la primera jornada y no ha vuelto a saborear los tres puntos. Sólo tiene 12, es colista y no encuentra el final a su mala racha. Una lástima, pero el fútbol no entiende de historia.