La Segunda División es la competición más larga del fútbol español. Ninguna categoría tiene 22 equipos, algo que nadie quiso arreglar después de aquel lío administrativo de 1995 en el que, para bien, también estuvo metido el Alba.
Se jugó en la máxima categoría con 22 y luego se redujo, pasando a tener 22 la Segunda, precisamente el año en el que el Albacete quedó cuarto y no pudo disputar aquella promoción que se jugaba con los equipos de Primera por ascender.
Recordando esa temporada que se terminó cuarto, la 96-97, en la que el Mallorca fue tercero y logró ascender en la promoción, no tengo la sensación de haber vivido lo que hemos presenciado este año.
Quizás porque entonces el equipo estaba recién descendido de Primera y ahora la perspectiva es otra, tras haber pasado una larga travesía en el desierto deportivo y económico. Recientes están los dos ascenso desde la Segunda B, pero no tienen nada que ver esas temporadas con la que acabamos de vivir, al menos en lo que a Liga se refiere.
Este año ha sido una auténtica gozada ver jugar al Albacete. No sólo hablo de resultados, habló de ver al equipo con una identidad, con jugadores implicados y mostrando una calidad que hacía tiempo que no se veía por el césped del Carlos Belmonte. Hemos visto el enorme trabajo realizado por un técnico, Luis Miguel Ramis, que ha puesto al Albacete por encima de sus posibilidades. No se nos puede olvidar que el conjunto manchego partía con el decimoquinto presupuesto de la categoría y se ha codeado con clubes que le triplicaban y doblaban. Por ello, pase lo que pase en el ‘playoff’, la temporada es para enmarcar.