La temporada para el Albacete llegó a su fin, una semana antes de lo que todos hubiéramos querido, pero el fútbol tiene estas cosas. El trofeo, la medalla, el premio, no es lo único que califica una gran campaña. Aveces uno se queda sin la guinda del pastel, pero eso no quiere decir que el pastel esté malo.
Después de los muchos años de penurias, con catastróficas temporadas en lo deportivo, descensos a Segunda B y unos cuantos años bordeando la senda del abismo de la desaparición, por fin el Alba ha sido capaz de sacar pecho y demostrar por qué un club modesto llegó a ganarse el corazón y el respeto de toda España con el Queso Mecánico.
El Albacete de Ramis nos ha retrotraído a aquellos tiempos maravillosos en los que el equipo jugaba al fútbol, algo que no todos hacen, y superaba retos imposibles, quedándose a un paso de clasificarse para la Copa de la UEFA.
El equipo de Ramis no era, seguramente, el mejor de la categoría, pero ha tenido fe en el trabajo. El cuerpo técnico ha sabido sacarle el máximo rendimiento a jugadores que, más de uno, marchan camino de Primera División, gracias a su rendimiento con el Alba.
El reto de llenar el Carlos Belmonte lo consiguió Ramis arropado por un grupo de jugadores comprometidos y ofreciendo lo mejor de sí mismos. La competición ha sido dura, los rivales de prestigio y no se le puede poner ni un pero a una plantilla que, con sus virtudes y sus defectos, se lo ha dejado todo sobre el terreno de juego. Lo único que podemos hacer pues es darles las gracias por volver a hacernos disfrutar y soñar con un Alba en Primera, algo que seguro que, tarde o temprano, se logrará.
