Conforme se acerca el final de temporada uno empieza a sentir que algo grande puede pasar. He sido testigo de los dos ascensos del Albacete Balompié a Primera y las imágenes de uno y otro vuelven a mi cabeza cada vez que veo al Alba de Luis Miguel Ramis ganar y sumar tres puntos.
Como la primera vez no hay ninguna. Ese ascenso de 1991 fue algo muy grande, porque el Alba, hasta entonces, había sido un modesto para el que estar en Segunda era ya un milagro. No podemos olvidar que aquella campaña de Floro era la cuarta vez en la que el club pisaba la división de plata en sus entonces 50 años de historia. El Belmonte era más pequeño, pero a lo mejor el día del ascenso había más gente de la que ahora cabe, o eso parecía. La explosión de la afición cuando el equipo saltó al terreno de juego antes de comenzar el choque hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo y se me erizaron los cabellos, literalmente. Han pasado 28 años, pero es uno de esos recuerdos, de esos sentimientos, que te queda para siempre.
El segundo ascenso, el de 2003, también tuvo sus particularidades, pero no se pudo vivir en el Belmonte. Me tocó hacerlo en mi Zaragoza natal, cosas del destino, y llegó en un momento idóneo, pues se empezaba a dar más valor a la liga por la explosión televisiva, pero los clubes modestos tienen que hilar muy fino para aguantar, y el Alba no aguantó.
Después de eso, la sombra de la desaparición empezó a rondar, lo que aumentó tras el descenso a Segunda B. Hay que recordar todo aquello, para que no vuelve a suceder. Ahora la oportunidad la pintan calva. El Alba lucha por ascender a Primera. No es un sueño, es una realidad, y espero poner otra muesca en mi bolígrafo, aunque ahora ya no pueda coleccionar los pases de todas las temporadas que llevó siguiendo, sufriendo y disfrutando del Albacete Balompié.