El domingo nos acostamos con una de esas injusticias que se producen en el mundo del fútbol. A veces se piensa en fantasmas conspirativos, aunque la lógica nos lleva a la conclusión, con cierta inocencia, que no hay ninguna mano negra y es simplemente la negligencia habitual del arbitraje español.
Tenemos el VAR, pero sólo actúa en determinadas ocasiones y casi siempre es desesperante. Si el árbitro la caga, como la cagó Ávalos Barrera en el Levante-Albacete con una expulsión injusta y se carga un partido que estaba siendo espectacular, pues no pasa nada, árbitro a la nevera, si acaso, y a otra cosa mariposa. Ya lo decía Pacheta, que aquí todos cometemos errores «pero los míos no los paga el árbitro y yo sí pago los errores del árbitro».
Uno piensa obviamente que no hay una mano negra, porque los errores van por barrios y un día le toca al Albacete, otro al Huesca, otro al Mirandés y otro al que visita Los Cármenes (casi siempre). Pero aparece el caso Negreira y la mierda les llega hasta el cuello. No se cobran 7,3 millones de euros en 17 años, casi medio millón de euros al año, por dar consejos sobre como pita éste o como pita el otro.
Tufo en el Comité Técnico de Árbitros, que depende de la Federación Española de Fútbol, donde la mierda se le acumula a su presidente, Luis Rubiales. Que si el fútbol femenino, que si la Supercopa en Arabia, que si las comisiones, que si las dietas. Sólo le faltaba ya un caso flagrante de corrupción arbitral. Todo en la RFEF huele a mierda, pero no deja de ser un reflejo de lo que ocurre en la UEFA o en la FIFA, porque lo del Mundial de Catar apestó desde el primer día, y no pasa nada.