Parece que existe unanimidad a a la hora de hablar del arbitraje español y calificarlo muy por debajo del resto de estamentos futbolísticos. El nivel del arbitraje no ha mejorado al mismo ritmo que el fútbol en nuestro país y eso a pesar de contar con la inestimable ayuda de la tecnología con el VAR.
Semana sí y semana también la polémica está servida, con numerosas actuaciones inexplicables, siempre con el mismo axioma, la falta de criterio. Es lo que hace que el nivel del arbitraje sea tan malo.
El VAR es una herramienta creada para impartir más justicia, pero si no lo hace no es porque el aparato esté mal diseñado. Es simplemente porque la persona que está sentada al otro lado de la pantalla es la misma que antes estuvo sobre el césped impartiendo precisamente lo contrario, injusticia.
La injusticia llega porque en idénticas situaciones unas veces se pita una cosa y otras, otra diferente. Moreno Aragón, en el Carlos Belmonte, tuvo acciones similares a las ocurridas en Granada pero entonces ni él ni el VAR estimaron como tarjetas rojas duras entradas que bien podían causar una lesión. Ahí está la falta de criterio, ni siquiera entre diferentes árbitros, pues era el mismo protagonista. Lo mismo pasa con las manos en el área. Nadie es capaz de tenerlos claro, porque los criterios de uno siempre son diferentes al del otro y todo eso acaba llevando a la injusticia y a la polémica.
Si encima el árbitro es nieto del que fuera presidente de uno de los contendientes, pues más leña al fuego, que para generar dudas ya se bastan ellos solitos con las designaciones. Al final esto es fútbol y en la polémica está la salsa, o eso dicen.