Durante el fin de semana hemos asistido al esperpéntico espectáculo que demuestra las incongruencias que tenemos que aguantar en estos tiempos de pandemia, la vuelta al fútbol. Hemos pasado un caos sanitario sin precedentes, se han producido miles de muertes, cientos de miles de contagios y una desescalada que solo vale para que nos suba la tensión, con lo que tenemos que ver cada día. Mientras médicos y científicos avisan de lo peligroso que sería el rebrote, vemos fotos de terrazas y playas abarrotadas, sin las cacareadas, hasta la saciedad, medidas de seguridad que unos deben cumplir obligatoriamente y otros se las pasan por el forro.
Son muchas las limitaciones que todavía existen y hasta las ves livianas si eres consciente de lo que ha pasado en los hospitales y en las residencias, sólo hace falta hablar con cualquier sanitario para que se te pongan los pelos como escarpias.
Alucino por ello con esa vuelta al fútbol que demuestra una vez más que poderoso caballero es don dinero. Veo futbolista en la grada separados y formales, con su mascarilla, mientras los del campo se restriegan, agarran y escupen. Y al final, hasta los formalitos, tiran la mascarilla al suelo y todos se abrazan y se besan en la celebración del resultado. A la mierda el protocolo, con perdón por la expresión.
Sólo puede haber 30 periodistas en campos vacíos de 20.000 espectadores para arriba, dejando fuera a gente que se gana la vida con su trabajo, pero los futbolistas pueden pasarse los protocolos por el forro, todo sea por el dinero de las televisiones y que no se les fastidie el negocio, que su derecho al trabajo, por lo visto, vale más que el de los demás.
