La nueva normalidad en el fútbol nos refleja las incongruencias que estamos viviendo en esta desescalada por fases en la que uno sale loco con las normas que van y vienen. No puedo salir a pasear con mi pareja y mis hijos, pero si puedo sentarme en una terraza con 10 colegas a tomar unas cervezas. Que me lo expliquen.
En el fútbol es más de lo mismo. Veo los partidos de la Bundesliga, con esos banquillos kilométricos con los jugadores separados no se cuantos metros, que me gustaría verlos minutos antes en el vestuario todos juntitos, conjurándose para ganar el partido. Todos separados fuera del campo, pero en cuento pita el árbitro se juntan dentro del área pequeña en un saque de esquina. O si no la tontería esa de que no pueden abrazarse o chocarse las manos tras meter un gol, cuando un momento antes se han estado agarrando o chocando en la pugna por un balón aéreo.
Hay que seguir medidas de seguridad para evitar el temido rebrote, pero no es posible retomar la vida que llevábamos antes, al menos cuando todavía aparecen muertos en las estadísticas y siguen saliendo positivos.
Hay que poner en marcha la economía. La gente tiene que volver a sus trabajos, pero lo primero que hacemos es llenar las terrazas de los bares y que se ponga en marcha el fútbol, mientras el resto de los deportes y deportistas languidece incomprendidos en esta nueva normalidad en la que son insultados cuando salen a entrenar. Mientras, los futbolistas, blindados en sus ciudades deportivas, se permiten el lujo de celebrar cumpleaños, aunque el protocolo diga que deben ir del entrenamiento a casa y no salir. Cosas del fútbol.
