El partido que el pasado sábado disputaron el Albacete Balompié y el Rayo Vallecano en el Carlos Belmonte transcurrió por los cauces de la normalidad. La declaración del choque como de alto riesgo por los incidentes acaecidos en el encuentro de ida, levantó mucha expectación.
Una docena de cámaras pululaban por los aledaños del Estadio varias horas antes del encuentro buscando, como no podía ser de otra manera, la polémica. Los medios nacionales sólo suelen aparecer por el Belmonte cuando huelen conflicto y en los últimos tiempos han tenido un filón con Zozulia.
Mientras los estamentos deportivos dan muestras de su incompetencia más absoluta y siguen sin resolver los incidentes de la primera vuelta, se disputó el partido de la segunda sin terminar todavía el que se quedó a medias en Vallecas. Lo que pasa es nuestro fútbol es surrealista, como el año pasado con el Reus y la situación en la tabla, que no se regularizó hasta el final del campeonato.
A todo esto, el encuentro estuvo rodeado de enormes medidas de seguridad y obviamente no fue por los antecedentes de una afición albacetense que no está libre de pecado, pero que ha mostrado una vez más su madurez y su sensatez. Hubo en su día un grupo de ultras, cuando la cosa estaba muy de moda, pero como en casi todos los clubes, se les cerró la puerta para dejar sólo en el campo a los verdaderos aficionados, los que vienen a animar o simplemente a disfrutar con su equipo, no a pelearse con el contrario. El partido pasó, la Policía controló a los insurrectos y Albacete dio otra lección a los violentos.