El fútbol español dio un paso de gigante cuando LaLiga puso coto a los despilfarros y las deudas que desde el Gobierno no habían sido capaces de frenar, con aquel plan de saneamiento que dirigió el entonces secretario de Estado, Javier Gómez Navarro, y que fue un fracaso.
La cosa era sencilla, tanto como tener un control y una premisa, tanto generas, tanto gastas. Siempre hay el que intenta saltarse las normas, pero si lo pillan, ya saben lo que les pasa. Una vez que se establecen los parámetros y que cada uno juega con las cartas que se ha buscado, a base de abonados, patrocinadores o suculentos traspasos, entra en juego la gestión de cada uno.
Ya sabemos que el mundo del fútbol no es matemático. Jugadores que rinden en un sitio luego no lo hace en otro, y viceversa. Luego están los intermediarios, los que viven del trabajo de los demás, los que tratan de manejar a los clubes (si quieres a éste, tienes que fichar también a éste otro). Lo seguimos viendo, jugadores sin nivel en categorías superiores que vaya usted a saber cómo han conseguido llegar a donde están si futbolísticamente no hay quién se lo explique.
Una buena gestión del límite es fundamental. De ahí que veamos equipos con mucho menos potencial económico pasando por encima de los que, supuestamente, tienen futbolistas mejores, al menos más caros. La desigualdad en Primera es evidente, no tanto en Segunda. El éxito radica en hacer una buena gestión, cometer los mínimos errores y dejar trabajar a los profesionales, sin las injerencias de los presidentes o de los representantes, que es lo más complicado por como está montado el tinglado.
