No dejan de sorprendernos los todavía dirigentes del Albacete Balompié con sus continuos sainetes de opereta barata que lo único que hacen es aumentar la animadversión que hacia ellos está germinando en todo el entorno del Alba. Sus continuos desmanes, disparates y, sobre todo, su afán por tomarse al resto del mundo por el pito del sereno, ha conseguido generar la situación de crispación más grande en los 70 años de historia de un club señor, que se ha convertido en los últimos años en la casa de Pin y Pon.
La cordura la perdieron hace tiempo, así como la razón, pero lo que no han perdido y aumenta por momentos es el grado de cinismo con el que actúan, hasta el punto de no respetar a nada ni a nadie. Desde el primer momento no han querido darse cuenta de que el club no es suyo, que es precisamente lo que predicaban anteriormente, pero ellos lo tratan como si fueran los señores feudales de un castillo que los pérfidos bárbaros tratan de usurpar.
Según la Real Academia Española, cinismo es la desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables (que merecen censura o reprobación). Obviamente es un término que se le puede aplicar perfectamente al actual Consejo de Administración, al igual que el de cobardes, que según la Academia se define como pusilánime, sin valor ni espíritu, con la acepción del que actúa con cobardía, o sea, con falta de ánimo y valor.
Han ido dando largas para no dar la cara, pero lo de ayer se puede considerar, con total rotundidad, que fue un acto de cobardía, porque no se puede llamar de otra manera a dar un portazo en las narices a la oposición, liderada por el todavía presidente de honor Rafael Candel y el también ex presidente José Vicente García Palazón. Si Ubaldo González pedía públicamente razones para que se fueran, en los últimos días han ido acumulando suficientes como para ser ya recordados como los dirigentes más freakes que ha tenido el club en su historia, amén de ser también los más tristes, lamentables y dolosos para un Albacete Balompié al que dejarán en el psicoanalista, si es que, claro está, hay alguna manera de echarlos.
